Relato – cuento corto
Mi pequeño lugar tiene una sala cocina y una ventana con vista a un jardín interno. No hace mucho desperté, eran las nueve de la mañana de un sábado claro y despejado. Una brisa suave estaba arrullando todas las hojas de los árboles, mientras de pie apoyado al marco de la ventana siento por dentro un disgusto mental. No estoy triste, pero siento el amargo de un rechazo mientras todo a mi alrededor está bien. En este estado no disfruto de nada, es una especie de derrota continua donde sin descanso revolotea alrededor de mi el vacío de lo perdido, la necesidad de extrañar aumenta y la desvalorización se vuelve adictiva.
Tal vez es la juventud, me dije una voz que nace de la mesita para dos frente al fregadero. Volteo, y veo sin cuidado aparecer de nuevo a la figura antropomorfa de un ser con hocico de perro de pelaje oscuro. Está sentado, con la cabeza erguida, con expresión indiferente apuntando su nariz negra y brillante hacia mi, como esperando algo, como en una película de Wes Anderson. Tengo veintisiete años, le dije lentamente en un tono resentido. Si no depender de nadie desde hace siete años, continué, no me ha quitado lo iluso entonces me rindo.
Su mirada sigue clavada en mis ojos. Mirá, le dije, te voy a explicar. No aguanto seguir saliendo por salir, para acostarme con alguien por acostarme. Suena tonto, pero hoy creo que he entendido. Luego de cada encuentro, contrario a todo lo esperado, me siento más inseguro y al mismo tiempo no calmo mi ansiedad, necesito buscar alguien más para poder contrarestar de nuevo este pesar. Vuelvo a repetir una y otra vez el mismo ritual: buscar entre los matchs de esta aplicación, hacer la conversación, vernos y coger. Y según todo lo que me han enseñado me tengo que sentir bien, pero no sucede así, ahorita mismo siento como si tuviera algo roto.
Dejé la ventana, me serví una taza de café y me senté en la mesa con el hombre lobo. En silencio empecé a ver todos los platos sucios de la última vez que cené con alguien hace dos días. Una copa con lápiz de labios marcado en su borde. Desde ese día, cuando supe que se iba a ir temprano, no quise saber nada más de ordenar y limpiar.
Tomé un sorbo de café y continué. Siempre que intento volver a contactarla y le escribo algo para inicar conversación, no vuelve a contestar mis mensajes con la misma emoción, recibo respuestas distanciadas por horas, respuestas evasivas, y si sucede una proposición de una nueva salida, solo obtengo excusas. Luego pienso para mis adentros que ya para ella el instante pasó y está con otra página de su vida, pero dentro de mi lo que nace al no ser correspondida mi necesidad de afecto luego de un encuentro, es una sensación de rechazo. No eres suficiente, resuena pausadamente la voz del lobo.
Lo vuelvo a ver con ojos de reproche por haberme quitado las palabras de la boca. Así es, le digo. Pero es absurdo no ser suficiente cuando apenas conoces a alguien. Pero estorba el saber que esa persona no le interesa saber nada más de mi, eso no se siente bien, se siente como una angustia. Sin mencionar que se genera otro pesar al ver la contradicción de mi desánimo frente a la idea mental de que es bueno haberse acostado con alguien.
Eres complicado, no te comprendo, me dice el lobo. Yo trato de comprender también, le dije y en ese momento al tomar el último sorbo de café vi que ya se había vuelto a marchar. Una nueva notificación apareción en mi teléfono, de pronto me alegré, alguien más quería verme hoy. Me levanté de la silla y empecé a ordenar la cocina.
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